Respetable Logia Simbólica nº 143
Moriá
Murcia

La Masonería en España (I) 1728-1808

En España, el poder de la Inquisición, reafirmado por el fundamentalismo religioso de la nueva casa reinante (Borbones) y el absolutismo político que caracteriza a la época, propició que la Masonería padeciera las más encarnizadas persecuciones desde su implantación.

La primera Logia constituida con arreglo a las constituciones de Anderson, y la primera fundada fuera de las Islas Británicas, reconocida un año más tarde por la Gran Logia de Inglaterra, data de 1728. En esta fecha se formó en Madrid, fundada por Lord Coleraine, Duque de Wharton, la Respetable Logia Matritense o de las Tres Flores de Lys. En 1729, el mismo personaje, coronel del ejército inglés al servicio de la Corona española, fundó varias logias más en Gibraltar y, en 1739, Lord Lovell, Gran Maestro de de la Gran Logia de Inglaterra, nombró al hermano Jacobo Commeford Gran Maestro provincial de Andalucía.

En 1740 Felipe IV, presionado por la Iglesia católica, se vio obligado por la bula de excomunión de Clemente XII a aprobar un severísimo decreto contra la Orden, el cual supuso que muchos hermanos, sobre todo de las Logias de Madrid, fueran encerrados en las mazmorras de la Inquisición, de donde partieron los que no fueron ejecutados durante los interrogatorios, para cumplir condena en galeras. A pesar de todo la Masonería continuó secretamente sus trabajos, y se extendió con rapidez por todo el país.

En 1751, la nueva bula de excomunión, esta vez lanzada por Benedicto XIV, dio aún mayor cobertura doctrinal a los fanáticos integristas y tomó nuevas fuerzas la persecución, multiplicándose su crueldad. Un sádico ambicioso, el padre Torrubia (1), esperando conseguir un obispado al consumar su vesania, aprovechó su cargo de censor y revisor de la Inquisición y de los más de 20.000 bellacos que el Santo Oficio utilizaba para espiar hasta en el ultimo rincón del reino, para poner en marcha un plan destinado a llevar al patíbulo a todos los francmasones españoles, y extirpar la Francmasonería de los Estados del Rey católico.

Obtuvo del gran penitenciario, del Papa, dispensa y absolución para el juramento que se le había de exigir al ingresar en la Orden y así se hizo recibir con un nombre falso. Se enteró inmediatamente de cuanto le interesaba y, con la ayuda de sus 20.000 espías, confeccionó una tan falsa como espantosa acusación, a la que iba unida una lista exacta de las 97 Logias que había en ese momento en España (2), la cual entregó al Tribunal Supremo de Justicia de la Inquisición, en Madrid.

Las consecuencias no se hicieron esperar y pronto millares de francmasones, cuyos nombres constaban en la infame acusación de Torrubia, fueron presos y sometidos a los más crueles tormentos en los calabozos de la Inquisición. Al tiempo, Fernando VI se veía obligado por las presiones de la Iglesia, a decretar la prohibición del ejercicio de la Francmasonería por ser una Orden sospechosa y perjudicial para la religión.
Algunas Logias, sin embrago, continuaron reuniéndose en secreto, principalmente en ultramar donde la persecución fue más moderada. Por ejemplo, en La Habana, donde las autoridades, temerosas de la reacción de los comerciantes extranjeros, no se dejaron someter por las presiones de la Inquisición.

Durante la segunda mitad del siglo XVIII no cedió la intensidad de las persecuciones orquestadas por la Inquisición y legitimadas desde Roma a cada cambio de Papa, sin que algunos ilustres hermanos situados en puestos de relieve consiguieran moderar la furia inquisitorial, aunque desde su cercanía a los reyes y por los puestos que algunos de ellos ocupaban, lograron que una cierta infraestructura sobreviviera.

Lógicamente, la situación de clandestinidad en la que durante estos años vivió la Masonería ha hecho que muy pocos documentos de la época hayan llegado a manos de los historiadores, a pesar de esto sabemos que en 1772 se constituyó una Logia, compuesta mayoritariamente por militares de la Guardia Valona del Rey, dependiente del Gran Maestro Provincial de los Países Bajos.

En 1780, el conde de Aranda (3), fundó el Grande Oriente Nacional de España (primer antecedente del actual Grande Oriente Español) del que fue su primer Gran Maestro. Pertenecieron a esta Obediencia, entre otros: el duque de Alba, consejero de Estado; don Manuel de Roda, ministro de Gracia y Justicia; don José Nicolás de Azara, embajador en Roma; don Pablo Antonio de Olavide, síndico de Madrid y superintendente de las colonias de Sierra Morena; don Melchor de Macanaz, ministro de Carlos II, Felipe V y Fernando VI y don José Moñino, nombrado por Carlos III conde de Floridablanca.
Masones ilustres de la época fueron, entre otros, don Manuel Luis de Urquijo, ministro de Carlos IV; don Juan Antonio Llorente, secretario del Santo Oficio; el General O’Farril, el conde de Cabarrús, el conde de Campo Alanje y el celebre dramaturgo Leandro Fernández de Moratin.

A pesar de la pertenencia a la Masonería de tan encumbrados personajes, debo insistir en que la Orden vivió durante el siglo XVIII constantemente perseguida, con más o menos saña según el momento, lo que la obligó a mantenerse como sociedad secreta y, en consecuencia apenas nos han llegado testimonios documentales. Por ello, en los registros mundiales no figura ninguna logia española hacia 1787.

Sí está comprobada la relación de un grupo de ilustrados masones, integrantes de aquel primitivo Grande Oriente Español, con las actividades republicanas conocidas como la conspiración del cerrillo de San Blas (3 de febrero de 1795), de la que fue dirigente destacado don Juan Mariano Picornell y Gomila, miembro de la Respetable Logia España (Madrid). Con él colaboraron en aquel intento revolucionario los hermanos: don José Lax, don Pedro Pons Izquierdo, don Sebastián Andrés, don Manuel Cortés, don Bernardino Garasa, y don Joaquín Villalba. Todos ellos condenados a muerte, tanto por su pertenencia a la Masonería como por su fe republicana, a pesar de no haber derramado ni una sola gota de sangre y habiendo fracasado la intentona de insurrección, aun antes de empezar. Pena que les fue conmutada por la de prisión perpetua en Panamá, gracias a las presiones del embajador de Francia. País desde el que participaron en aquellos hechos los también masones españoles don José Marchena y don Andrés María de Guzmán, activos colaboradores en la revolución francesa.

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